La nueva era de las estufas a leña

El ser humano usa la leña desde tiempos inmemoriales para calefaccionarse. En el siglo XIII, en varias partes de Europa se devastaron bosques enteros para calefaccionar a los castillos y viviendas de la gente. En esa época la leña se transformó en un recurso escaso y muy costoso, que no estaba a disposición de cualquiera. Esta calefacción masiva de las sociedades que vivían en altas densidades produjo incendios de ciudades completas, como es el caso de Londres que se quemó al menos 3 veces.

La combustión de la leña es una reacción química que ocurre al combinarse el oxígeno con la parte sólida y gaseosa de la madera, liberando como resultado calor al medio. Cada kilo de leña tiene una energía potencial almacenada de aproximadamente 4,5 kw, que solo será aprovechada al máximo si la quemamos correctamente Todos los gases o humos que emanan de la leña durante un fuego, pueden y deben ser quemados. De hecho, el resultado de una combustión ideal es solamente dióxido de carbono y agua. La razón por la cual vemos humo saliendo de la mayoría de las chimeneas tiene una explicación simple pero cruda, cuando caemos en la cuenta de que son gases que no se pudieron quemar, y en definitiva energía que estamos perdiendo.

Todos sabemos cómo hacer un fuego, pero acá les vamos a contar cómo hacerlo de una manera más eficiente y menos contaminante para el ambiente. Hay gases que recién empiezan a combustionar arriba de los 600°, como es el monóxido de carbono y algunos otros más complejos, por eso lo primordial es garantizar altas temperaturas en el núcleo de fuego. La turbulencia en la llama es clave para fomentar la mezcla del combustible con el oxígeno, y además, darle un tiempo a todos estos gases para que se quemen por completo. Una vez que estas tres condiciones se cumplen, se produce un círculo virtuoso que genera cada vez mayores temperaturas y permite generar más gases que se combustionan a mayor temperatura, haciendo el proceso cada vez más eficiente. Quemando de esta forma conseguimos un mejor aprovechamiento de la energía de la leña, lo que se conoce como eficiencia, y menor contaminación de gases y partículas tóxicas que afectan a la salud de las personas. Esto se traduce en un uso más inteligente y sustentable del recurso, y de nuestro tiempo también, ya que tenemos que usar menos leña.

Existen muchos mitos sobre cómo lograr un buen fuego. Uno de ellos es la combustión lenta, donde se limita el ingreso de aire con el objetivo de aplacar el fuego para que “rinda más”. Esto es contraproducente ya que disminuye la temperatura de combustión y la provisión de oxígeno, convirtiéndolo en un fuego enfermo. El círculo virtuoso del buen fuego que veníamos comentando, se transforma en un círculo vicioso, y cada vez tenemos más hollín en el vidrio y creosota en la chimenea. Estas sustancias que se acumulan en la chimenea son altamente inflamables, lo que genera un riesgo inminente de incendio en nuestra casa, debido a los famosos fuegos de chimenea que levantan temperaturas arriba de los 1000°C. Otro factor muy importante es usar leña seca, es decir, leña que no esté verde (más de 18 meses de cortada) y que no esté húmeda. Si lo hacemos estaríamos invirtiendo calor en evaporar agua en vez de utilizarlo para combustionar.

Hay estufas que son más o menos propicias para lograr un buen fuego y aprovecharlo al máximo. En este artículo vamos a tratar tres categorías de estufas a leña más típicas en la zona: los hogares, las estufas de fundición (salamandras) o metal (mal llamadas combustión lenta), y las estufas de masa térmica. Los hogares son las que tienen la menor eficiencia, que es de 15% cuando están encendidos (de 10kg de leña sólo aprovechamos 1,5kg si logramos una buena combustión, sino es menor). Por esto es que no deberían ser considerados como una forma de calefacción. Inclusive, cuando están apagadas perdemos mucho calor de la casa por la chimenea resultando en eficiencias negativas. Las estufas de fundición o metal tienen una eficiencia de 35-50%, pero cuando logramos una buena combustión entregan el calor de inmediato, y el ambiente se torna sofocante y seco, que es perjudicial para las vías respiratorias. Acá nos encontramos con el mayor problema de concepto de estas estufas: con el fin de evitar esta entrega de calor tan abrupta, nos vemos obligados a usarla en modo “combustión lenta” para que la leña dure más tiempo y el calor entregado sea más homogéneo. Como ya mencionamos, esto no es un buen fuego.

Entonces, ¿cómo podríamos solucionar este defecto? Deberíamos tener un mecanismo para almacenar de alguna forma este calor inmediato que liberamos, algo así como una batería de calor. Las estufas de masa térmica, como dice su nombre, son en esencia eso. Almacenan esa energía en su cuerpo, que en general está confeccionado de algún material pesado, como el ladrillo. Estos materiales se calientan a partir de las altas temperaturas que emanan del buen fuego, y cuando el fuego se apaga, van liberando de a poco ese calor a la vivienda. Así, se logra que teniendo un fuego de 2-3h al día, tengamos calor disponible las 24hs. Este calor es suave y por radiación, similar a calor del sol. Como ya no hay superficies muy calientes, los riesgos de quemaduras e incendio son casi nulos. De hecho, las temperaturas de chimeneas van de 70-150°C en comparación con los 400°C que pueden existir en las chimeneas de otras estufas. Así, estas estufas logran un 70-90% de eficiencia, o sea que de 10kg de leña aprovechamos 9kg! Algunos modelos de estas estufas son la Rocket, la Rusa del Inta y la Gymse.

Les dejamos algunos indicadores para saber si están quemando bien: (1) que no salga humo negro por la chimenea, (2) que la cámara de combustión y el vidrio no tengan hollín, (3) que los conductos de la chimenea no presenten chorreaduras ni obstrucciones. Un buen consejo es tener un fuego vivo y alegre, que se vea bien rojo, amarillo y azul en la base. Además, tener leña seca y limpiar los conductos a menudo. Y por último, ¡aislar térmicamente nuestra vivienda lo más que podamos para que conservar el calorcito!

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